Hace ya unos días que aterrizó en el aeropuerto de Barajas un avión con un grupo de peregrinos de Tierra Santa. Entre estas personas estaba yo, aunque mi mente aún se encontraba un poco perdida después de las sensaciones y vivencias experimentadas estos días. Era mi segundo viaje a la Tierra del Señor pero cada día y cada lugar volvió a ser nuevo este año para mí.

 

            Algunos de vosotros ya me conocéis, otros no. Soy José Luis, crecí en un pequeño pueblo de la provincia de Cuenca que se llama Villarrubio, en el seno de una familia católica. A los 18 años me traslado a Madrid para estudiar y mi vida transcurre desde entonces entre el pueblo y la capital. Ahora vivo en Alcorcón y formo parte del grupo Fray Escoba de Móstoles desde hace un año. Toda mi vida he sido un católico practicante, muy mariano y colaborador con mi Parroquia, pero realmente no sabía qué era ser cristiano, ser un seguidor de Cristo. En mi primer viaje y a lo largo de este año he descubierto al Jesús vivo y quiero descubriros mi testimonio de estos dos viajes.

 

            Estas palabras que, torpemente, os quiero transmitir no persiguen ser una guía del peregrino. Los que ya habéis experimentado la dicha de pisar esa bendita Tierra sabréis de lo que estoy hablando. Para los que aún no habéis podido ir, sólo será una pincelada en una gran obra de arte y tendréis que experimentarlo por vosotros mismos. Animaros a que no tengáis miedo. Él te está esperando para mostrarte los caminos, las montañas, los mares y las casas por las que el Jesús hombre compartió su vida con nosotros. Pero si por algún motivo no es posible, no importa. Es imposible ir en su búsqueda, sino que es Él quien te encuentra allá donde estés y en el momento menos esperado.

 

            En mi primer viaje llegué como una semilla, con un gran potencial, como lo somos todos antes de encontrarnos cara a cara con Él, pero aún sin una vida plena. Era mucho de mí y poco de Él. Con una gran culpa por todo aquello que había hecho y decidido a llevar conmigo la cruz. Tenía la esperanza de su perdón pero no tenía muy claro que su misericordia me pudiera alcanzar.

 

            Mi semilla necesitaba de muchos mimos para poder germinar y los encontré el primer día. Quién mejor que María a la que tanto amo para tomarme en sus manos y darme el primer revolcón. Fue en Nazaret. Necesitábamos buena tierra y teníamos la mejor, Tierra Santa. Hizo un pequeño hoyo y allí me depositó con amor, con mucho amor. Esto es lo que yo sentí en este pueblo, antaño muy chiquito, donde se encarnó nuestro Señor, amor, mucho amor. Es necesario mucho amor para conseguir decir un SI como el de nuestra Madre que fue dicho más con el corazón que con una gran voz. Con este AMEN no sólo significaba que sería la madre de Jesús, sino también la madre de toda la Humanidad. Mi semilla estaba comenzando a brotar.

 

            Este año, cerrando los ojos aún pude escuchar en mi corazón y en lo más profundo de mi ser la entrega plena que hizo María aquel día. Y quiero más, quiero sentir que en mi interior se ha encarnado también Jesús. Quiero decir que si para ser su siervo. Es difícil abandonarse totalmente sin su ayuda, y poco a poco se está haciendo un hueco cada vez más grande en mi interior para Él.

 

 

Homilía del Padre Pitillas en Nazaret

Gruta de la Anunciación

  Nazaret

 

 

            El milagro se estaba empezando a materializar en mí y seguía sintiendo que era María la que me tomaba en su regazo y me cubría con su amor. Hacía tiempo que le estaba pidiendo a María y al Señor amigos con mis mismas inquietudes y aquí me los estaba presentando y en el transcurso de este año he podido comprobar que era más de lo que yo esperaba.

 

            Estos brotes que comenzaban a asomar necesitaban agua, y tenía la mejor, el agua que el Jordán entrega al lago por un extremo y la vuelve a recoger en el otro lado y que ha sido testigo de tantas cosas. Todas las noches me quedaba durmiendo mirando a una mancha oscura rodeada de luces y despertaba viendo el Sol alzarse por los Altos del Golán reflejándose en las aguas vivificadoras del lago. ¿Qué más necesita una planta para crecer?

 

Mar de Galilea

         

           Tras los arrullos de María tomo la iniciativa esta agua, meciéndome con dulzura en un barco, era noche cerrada y las pequeñas luces de la embarcación creaban un ambiente propicio para el recogimiento interior. Esperaba una oración suave en mi soledad y así comenzó hablando el Padre Pitillas. De vez en cuando algún compañero alzaba la voz dando gloria al Señor y yo abría los ojos mirando a un lado y a otro y pensando “¿Dónde me he metido? Estos están locos” Pensaba que era una falta de respeto ante el resto de peregrinos y ante el Señor. Poco a poco algo se empezó a remover en mi interior y mis ojos empezaron a humedecerse hasta convertirse en un pequeño río. El agua estaba penetrando por las raíces de mis pies y se iba extendiendo por todo mi ser hasta rebosar. ¡Qué maravilla! Ya no sentía soledad, podía sentir como Él navegaba con nosotros. Este año ha sido distinto, desde el primer momento en el barco noté su presencia, no estaba solo. El mar estaba un poco picado pero él me decía: “No tengas miedo, ten fe en mí. Yo estoy a tu lado. Te conozco, sé de tus dudas, de tus pobrezas. ¿Aún te sigues acusando? Olvídalo y entrégamelo y recibe a cambio mi amor. Pero, no te lo quedes para ti, transmítelo a quien te encuentres por el camino y alcanzarás la felicidad”. Recuerdo que mis últimas palabras en el barco a un compañero fueron exactamente esas: “Ahora soy feliz”.

               

Charla del Padre Pitillas en Lago Tiberiades

 

Desde que falleció mi madre, y con el paso de los años más aún, comencé a necesitar alguien que me abrazara. No un saludo afectuoso, no; un abrazo pleno es lo que necesitaba como los que recibía de ella, llenos de amor. También el sentirme perdonado era otra de mis necesidades. Cuando me confesaba era algo que hacía como por obligación, pero no sentía nada en el momento de la absolución. Esta plantita que acababa de nacer estaba empezando a echar unas hojas hermosas, pero notaba que las malas hierbas seguían creciendo alrededor de mi y me rodeaban intentando succionar mi la sustancia que me daba la vida. En esto llegó el Tabor, espectacular. Cuando oía el relato de la Biblia siempre me parecía un precioso cuento para explicarnos que Jesús, como Dios que era, podía manifestar su poder de la forma y manera que Él quisiera. En este momento recibí otro gran regalo, aunque fueron realmente dos inmensos regalos. La Eucaristía la tuvimos que celebrar al aire libre, formando un círculo. Al comienzo de la misma el Padre Miguel Angel dijo: “Quien tenga algún pecado que dé un paso al frente”. Yo evidentemente lo di. Tras unas oraciones nos dio la absolución y sentí como todas mis culpas, la cruz que tan pesada se me hacía, desaparecían. Un gran hueco quedaba en mi interior para llenarlo con Él. Más lágrimas, muchas lágrimas, brotaban por mis mejillas sin saber muy bien el motivo. Por primera vez me sentí profundamente perdonado. Poco después llegó el momento de la paz. Me quedé paralizado en mi sitio y todos mis hermanos fueron pasando por allí y con cada abrazo, con cada beso notaba como el amor se derramaba en mi corazón. Ya estaba lleno. Él me decía: “Quieres perdón, pues siéntelo. Ahora ya estás preparado para dejarte inundar con mi amor”. ¿Qué había hecho yo para recibirlo? Más bien nada. Era todo por pura gracia suya. Aquí entendí su gloria y su poder. Este año casi no pude disfrutar de este monte santo, fue una visita rápida, pero me quise quedar hasta el final y bajar en el último taxi para sentir la paz y la grandeza que el Señor ha derramado en este lugar.

 

Valle de Esdrelon

 

Nos dirigimos hacia Tabgha, lugar de la multiplicación de los panes y los peces. Aquí sentí que este amor que había recibido no era para quedármelo sino para entregarlo a los demás. No importa si son amigos o enemigos, conocidos o extraños, una simple mirada y una sonrisa pueden hacer maravillas. Más tarde lo entendería todo. Después el Primado de Pedro junto al lago. ¿Qué podemos responder nosotros a esa pregunta? “¿Me amas?” ¿Cómo puedo amarlo a Él? De una única forma, abriendo mi corazón y todo mi ser para que me inunde el Espíritu Santo, y con ese mismo amor que he recibido podré amar a Jesús.

 

El polvo, a pesar de todo lo vivido hasta el momento, se sigue acumulando en mis ramas, en mis hojas, y no deja que la radiante luz de Jesús me llene por completo. Por mis raíces penetraba el agua vivificante, pero falta que me lave del polvo que el camino ha dejado sobre mí. Nos acercamos a la orilla del lago y tras hacer una confesión de fe el agua del Jordán se derrama sobre mi cabeza al tiempo que una palabra profética sale de la boca del padre Pitillas: “Renuévate”. El polvo desaparece y la luz llega plena a mí, otro regalo. Este año lo hicimos en un lugar distinto, más preparado para hacer la renovación del Bautismo. El Padre Miguel Ángel nos vuelve a sorprender a todos dándonos la absolución. Otra vez profundamente perdonado por dentro y lavado por fuera. ¡Qué gozo! El corazón parece que se va a salir del pecho, soy amado, estoy perdonado, estoy justificado, estoy salvado. Solo puedo decir: “sí quiero, sí te amo, sí quiero que me inundes, amen, amen, amen”.

  

Renovación del Bautismo

 

Por la tarde nos desplazamos a Cafarnaum donde visitamos la casa de San Pedro y la Sinagoga. Después el Monte de las Bienaventuranzas. Este año, por primera vez, he comprendido en toda su extensión el Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos…” Soy pobre, por mí mismo no puedo conseguir nada, necesito que sea Él quien actúe en mi vida. Soy humano, criatura de Dios. Él me ama tal cual soy, conoce mis debilidades y me sigue amando y me regala su Reino de paz y amor. Esto son las Bienaventuranzas: un regalo a los hombres simplemente por ser humanos y haber salido de sus manos.

 

Homilía del Padre Medina en el Monte de las Bianventuranzas

 

Al día siguiente dejamos el Lago dirigiéndonos al sur bordeando el Jordán. Pasamos por el Monte de las Tentaciones, Jericó, Qumram y el Mar Muerto antes de subir a Jerusalén. La emoción nos invade, ya hemos llegado, un cántico de alabanza sale de nuestras bocas y lágrimas de nuestros ojos. Por primera vez, siempre parece la primera vez, vemos tus calles, tus casas, la explanada del Templo, el Monte de los Olivos, el Torrente Cedrón. No bastan las palabras para poder describir tanta belleza. Uno no sabe hacia donde mirar, todo nos habla de Él. ¡Qué paz!

 

Nuestra primera visita fue a Ein-Karem, pueblo natal de San Juan Bautista. En estos momentos ya me estaba convirtiendo en un árbol con fuertes y frondosas ramas, empiezo a sentirme con fuerzas para poder entregarme a Jesús en todo lo que me vaya pidiendo. Esto es lo que hizo María, entregarse. Hubiera sido muy cómodo quedarse en Nazaret mimando al Niño Dios que llevaba en su seno, pero no, su entrega era total y tenía que estar al servicio de los necesitados. Siente una llamada y recorre muchos kilómetros para atender a su prima, pero sobre todo para que se produzca el primer encuentro entre los dos niños. El primero irá por delante, allanando el camino, proclamando la llegada del Mesías. El segundo ya está aquí para entregarse por nosotros, para salvarnos, para justificarnos. Ya no tengo miedo, ya no tengo vergüenza de proclamarme cristiano para suavizar las colinas que hay en los corazones de mucha gente y poder abrir una senda por la que pueda entrar Jesús en sus vidas.

 

Homilía del Padre Medina en Ein-Karem 

Visitación

 

 

Siguiente parada Betania. Tres hermanos y tres formas distintas de servir a Jesús. Lázaro, el amigo, el que sabe escucharte, el que te acompaña y te sirve de guía y apoyo. ¡Qué difícil es ser un verdadero amigo! Reír y estar alegre con el amigo, mostrar nuestro llanto y saber acompañar las lágrimas del hermano, corregir y dejarse corregir. Es difícil y sólo con su ayuda lo podemos conseguir. Marta, la sierva, la que está pendiente de nuestras necesidades físicas, tendiendo siempre la mano a los más necesitados. María, la mística, la que con su oración tanto ayuda a mucha gente. ¿Es posible ser los tres en uno? Yo diría que sí. En este año he conocido personas que son verdaderos amigos míos, han estado atentos a mis necesidades físicas y que me han servido de guía espiritual. Tengo aún mucho que aprender para poder llegar a ser como ellos, como el Señor les ha hecho ser.

 

Betania-Tumba de Lázaro

 

Llegamos al Monte Sion. Aquí se encontraba la casa de Caifás, aquí estaba el Cenáculo. El mismo Pedro, valiente, que asegura que dará la vida por el Maestro, lo niega por tres veces por miedo. Jesús sabe que somos débiles y que le necesitamos y se nos ofrece como alimento y como bebida de salvación. En alguna ocasión he escuchado que nosotros le pertenecemos a Él, pero creo que somos nosotros los que tenemos que tomar posesión de Él. Él nos pertenece, se nos ha entregado como siervo y es quien debe actuar en nuestras vidas. En la Dormición de la Virgen tuve otro de los momentos más fuertes de mi Peregrinación. Ahora era yo quien recogía entre mis ramas a María. La protegía del sol refrescándola con mi sombra y sujetaba su mano. Mis lágrimas caían sobre su cuerpo. Mi llanto no era de pena, sino de alegría y esperanza, sólo acertaba a decir: “Gracias. Gracias por decir SI, por haberte entregado en cuerpo y alma por todos tus hijos, por una vida plena de amor puro. Gracias, gracias, gracias”. María, la mujer fuerte, se dormía y era trasladado su cuerpo al otro lado del Torrente Cedrón, al pie del Monte de los Olivos, pero su función no había terminado aún. Dios la llevó consigo en cuerpo y alma para que siga amándonos. Nunca podré agradecerle lo suficiente todo lo que ha hecho en mi vida. Te quiero Madre.

 

 

Homilía del Padre Pitillas en el Cenáculo  

Jerusalen-Dormición de la Virgen   Cenáculo Franciscano  

 

Al llegar a Belén se nota un gran contraste. No sé si será debido a los años de aislamiento por el muro o algo intrínseco a los habitantes de esta zona. Mirándolos a los ojos se puede ver la desconfianza ante los extraños. Me imagino que algo parecido debió pasar aquel día cuando un joven matrimonio pidió asilo en sus casas para que pudiera nacer el Autor de la Vida. El mismo Dios encarnado viene a nosotros y le cerramos nuestras casas, nuestro corazón y todo nuestro ser. En cambio hay otras personas tan oprimidas o más que las anteriores que te ofrecen todo lo que tienen. Sus casas y sus alimentos los comparten entre todos y se puede ver que en ellos está naciendo Jesús en cada momento; con humildad y con sencillez, como aquellos pastores que eran considerados lo más bajo de la sociedad. Hoy he vuelto a escuchar la homilía del Padre Miguel Ángel y he vuelto a llorar. Cuanto nos preocupamos de las apariencias, de los grandes templos, del oro y el boato y nos olvidamos de abrir de par en par nuestras puertas. ¿Qué se puede escapar? Nada. Y cuantas cosas podemos recibir. El mismo Jesús que nace en nuestro interior es el que invita al que tenemos a nuestro lado: “Ven, entra aquí, tenemos reservado un trocito de corazón para ti, los dos te amamos y queremos que tú hagas también un hueco para nosotros en tu corazón”. Quiero que nazcas en mí, Señor, todos los días mi vida, Amen.

 

   

Homilía del Padre Medina en Belén

Belen   Basílica de la Natividad    

          

           Llegamos a lo alto del Monte de los Olivos, donde Jesús tenía tantos ratos de intimidad con sus discípulos, retirado del ajetreo de la ciudad. El lugar es ideal para la meditación, sentado en el suelo levantas la vista y ahí está Jerusalén en todo su esplendor. En primer término está el gran Templo. Puedo imaginar a Jesús cuando le piden: “Maestro, enséñanos a orar” y Él, poniéndose en pie, mirando hacia el Santo Santorum, alza los brazos y  dice: “Padre Nuestro …” Ya ha comprendido que es débil en su humanidad y nos conoce mejor que nadie y por eso nos muestra a Dios como un Padre protector, no sólo suyo, sino nuestro, de todos. Un poco más abajo se encuentra Getsemaní y aquí está la gran prueba de que Jesús era hombre. El primer año hicimos oración en grupo y pude sentarme sobre la misma roca que Él. En estos momentos tengo en mi mano un trozo de esa roca. Este año he estado solo, me puse de rodillas, cerré los ojos y me entró angustia. Otra vez Él estaba allí, podía sentirlo junto a mí. Mi cuerpo y mi alma temblaban, las lágrimas empezaban a brotar de mis ojos y no acertaba a decirle nada coherente, sólo: “Perdóname, gracias, gracias, gracias, solo no puedo, perdóname…” en ese momento aún había algo en mi vida que me angustiaba, y se lo entregaba para que también lo clavara en la Cruz. Ahora ya ha desaparecido, por su gracia, con la intercesión de María y de San Martín de Porres. Ahora ya soy completamente libre para abrir el corazón al puro amor.

 

Getsemaní

 

Nunca sabré lo que costó ver mi pecado en la Cruz. Comenzamos a recorrer la Vía Dolorosa y no entiendo nada. Soy como los judíos de aquella época que ven pasar a otro condenado más para recibir su castigo. Pero ¿cuál ha sido su crimen? Ni lo sé ni me importa. Me río de sus caídas y de su aspecto. Al llegar al Gólgota lo empiezo a entender. Me he convertido ya en un gran árbol y una de mis ramas ha crecido más que el resto. Es la que sostiene mi pecado y mi culpa. Alguien me la corta y es en ella donde clavan sus manos. Su sangre empieza a correr por mi madera desnuda y va inundándome por dentro. Mi madera es como una esponja que absorbe esa preciosa Sangre de salvación. Todas mis culpas son perdonadas y donde hay perdón no hay sacrificio por mis pecados. Me quedé paralizado mirando la cruz; y echando la vista a su izquierda está San Juan y a su derecha María que, junto al inmenso dolor por el sufrimiento de su Hijo, puedo imaginar la inmensa alegría por saber que todo esto no es en balde. Ella recoge la Sangre del Cordero derramada y la tiene guardada para ofrecerla cada vez que le pedimos su intercesión. Por unos días pierde a su Hijo, pero gana millones de corazones. El precio de mi salvación se ha pagado una sola vez y ya no hay condena si le abro mi corazón. Quiero ser como el discípulo amado, recibir a María en mi casa, saber reposar mi cabeza sobre el pecho de Jesús y decirle cuanto le amo y que quiero que sea el Señor de mi vida. Ya estoy preparado para comprobar que el sepulcro está vacío y celebrar la Resurrección. La Eucaristía fue impresionante, se notaba su presencia en medio de nosotros. Todo era honor y gloria a Él. Todos estábamos llorando como niños y el Espíritu Santo derramándose en nosotros. No se puede explicar y nunca he sentido algo igual. Al terminar tuve que salir corriendo a la calle, algo ardía dentro de mí y un llanto incontrolable me ahogaba. Pasado el tiempo lo he comprendido y he escuchado a gente contar esa misma sensación. Es Él, resucitado, vivo, que me ha inundado y desde entonces no he vuelto a ser el mismo. Desde ese día soy feliz, muy feliz.

 

   

Homilía del Padre Pitillas en el Santo Sepulcro

Grupo año 2008   Grupo año 2009    

 

Por todos los lugares que he recorrido he notado su presencia y quiero más, por eso todas las noches hacemos una escapada para volver a acercarnos a Él. A pesar de estar cansados era como una llamada: “Venid a mí y os daré más”.  Vuelvo a recorrer las calles, con más tranquilidad, con tiempo suficiente para meditar y disfrutar de su presencia. Daba igual el camino seguido, pero siempre había un lugar que nos atraía con gran intensidad: el muro del antiguo templo de Salomón. Cubría mi cabeza con la kipa y me acercaba hasta las piedras milenarias. Situaba una mano y mi frente sobre ellas y podía sentir una vibración que traspasa mi mente. Judíos y cristianos orando en un mismo lugar. No es necesario edificios, ni sinagogas, ni iglesias; toda Jerusalén es un inmenso templo donde poder encontrarnos cara a cara con Dios, con Yahvé.

 

El viaje finaliza, pero la peregrinación acaba de comenzar. Desde mi regreso del primero de los viajes hasta hoy, el Señor no ha parado de hacerme regalos. Me invitaron a participar en la Asamblea Nacional de la Renovación Carismática y pude comprobar la idea inicial que tuve mientras surcábamos el Lago de Galilea: “Están locos”. Sí, están locos, pero locos de amor. Del amor paterno que es Dios Padre, del amor de salvación que es Dios Hijo y del amor de unidad que es Dios Espíritu Santo y que a diario se derrama en nuestros corazones y nos impulsa a amar sin condiciones. Tres formas distintas de amar, pero un único amor.

 

Comencé a asistir a las reuniones del grupo Fray Escoba de Móstoles donde me situaba en la última fila. Las primeras semanas sentía que algo me echaba hacia atrás para que no asistiera a estas reuniones, pero cuando me daba cuenta ya estaba de camino y decía: “Bueno, ya que estoy aquí habrá que entrar”. Tras varias semanas de dudas todos empezaron a notar en mí una alegría especial y poco a poco fui avanzando hasta situarme en las primeras puestos, no por destacar, sino por haber perdido la vergüenza. Hice el Seminario de las siete semanas en Medinaceli, y tuve la Efusión del Espíritu Santo el 28 de marzo de 2009. Mi alegría y mi felicidad se han ido incrementando conforme pasa el tiempo. Llego por las mañanas al trabajo con una sonrisa en la boca y una carcajada en el alma, dando ánimos a mis compañeros. En alguna ocasión me han preguntado si tomaba alguna pastilla y yo les respondo: “Soy feliz”.

 

Antes del viaje me estaba comenzando a hartar de ir a misa. Lo hacía sólo por costumbre y me aburría. Ahora es distinto, estoy deseando llegar a la iglesia para tener un nuevo encuentro con Él. Al hacer las lecturas se me pone la piel de gallina y un escalofrío recorre mi cuerpo. Conforme avanza la Eucaristía se hincha mi pecho y noto como una fuerza interior que me sana. Creo en Dios que me ha dado una vida libre, creo en Jesús que me ha liberado de la esclavitud del pecado y me ha salvado y creo en el Espíritu Santo que se introduce dentro de mi para poder pregonar con fuerza mi fe y que me regala un inmenso amor por medio del cual puedo amarles a ellos y a mis hermanos.

 

Dice una canción: “Al atardecer de la vida me examinarán del amor”. Cuanta razón tiene. Será un examen difícil pues buscarán un amor puro, el único amor; y todos sacaremos una matrícula de honor simplemente con haber aceptado a Jesús en nuestras vidas. Él nos ha regalado una vida plena de amor puro. No será un examen sobre lo que yo he amado, sino sobre lo que Dios me ha amado. Con Jesús quedó mi pecado clavado en la Cruz para mi salvación y con su Resurrección quedé justificado. Con Jesús a mi lado ¿qué puedo temer? Y teniendo a María como corredentora e intercesora nada malo me puede pasar.

 

“Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.”  Juan 8, 12

 

¡¡¡Bendito y alabado sea el Señor. Gloria, gloria, gloria…!!!

 

 

José Luis Alonso López   Septiembre 2008/09